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Memorias de la brutalidad (I) | 48 horas de suplicio por defender a una mujer

Los excesos  cometidos por  funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana y de la Policía Nacional Bolivariana durante las protestas contra el gobierno  entre  abril y julio de 2017 dejaron secuelas físicas y psicológicas en las víctimas. Un estudiante de Comunicación Social, cuya identidad resguarda Proiuiris, cuenta lo caro que pagó haber sido solidario

Reporte Especial Proiuris | TW: @Proiuris_ve   IG: @proiuris
Anyela Torres

Calza la amargura cada vez que se pone sus zapatos azules marca Nike. En ellos quedó impregnado,  con sangre, el recuerdo de las golpizas y humillaciones a las que fue sometido entre el 10 y el 11 de julio de 2017, en las postrimerías de las protestas antigubernamentales que estremecieron al país y que fueron bestialmente reprimidas por los cuerpos de seguridad del Estado.

El joven de 20 años de edad y estudiante de Comunicación Social había participado activamente en las protestas, incluso en las de 2014, cuando era un liceísta. Ese día no tenía previsto acercarse al peligro, pero no podía permanecer indiferente ante lo que vio a pocos metros de su casa: una muchacha con muletas trataba de abrirse paso entre los escombros regados en la calle y, de repente, un funcionario de la Guardia Nacional Bolivariana, que bien pudo haberla ayudado, la empujó, la tiró al suelo, le puso su bota en la cabeza y la apuntó con un arma larga

La indignación lo llenó de coraje. Inmediatamente se quitó la franela e improvisó con ella la icónica capucha que utilizaban los miembros de “la resistencia”.

-¡Suéltala que ella no te está haciendo nada! El peo tuyo es con nosotros,no con ella. Es una mujery además está indefensa, emplazó al guardia

– Nadie la mandaba de salía, y si te siguesacercando te voy a disparar en la cara, le refutó el militar.

Otros muchachos encapuchados se incorporaron al rescate de la mujer en muletas y rodearon al guardia abusador. El joven y el funcionario quedaron frente a frente. Cuando estaba a punto de disparar, lo agarró por el peto. Tras unos instantes de forcejeo, al militar se le cayó el arma. Fue entonces cuando todos le cayeron a golpes al uniformado.

«¡Suéltala que ella no te está haciendo nada! El peo tuyo es con nosotros,no con ella. Es una mujery además está indefensa»

Cuando el muchacho se retiraba del lugar escuchó una detonación muy fuerte. Al darse la vuelta solo vio humo blanco y rosado. “Todos corrimos, cada quien huyó hacia donde pudo. Vi de nuevo a la chama de las muletas y la ayudé a llegar su edificio, pero cuando quise entrar una señora me trancó la puerta”, expresó.

Un grupo de motorizados de la GNB se acercó a rescatar al funcionario que estaba en el piso. Lanzaron otra bomba lacrimógena. Todo el humo le cayó en la cara al joven. Aun así intentó correr, pero solo veía más motos. Un golpe en la cabeza lo derribó: “Me caí. Ni los brazos ni las piernas me daban, me sentía mareado”.

“Te vamos a desaparecer. Tu mamá te va a encontrar flotando en el río Guaire”, le decían los funcionarios. Lo subieron en una moto y le taparon la cara. “¿A ti no te gusta pegarle a los guardias? No pidas piedad ahora”, le gritó otro uniformado.

Golpes y golpes, patadas y patadas… Ahora él era el que estaba rodeado. Quedó en manos (y pies) de un grupo de guardias nacionales que le cobraron con creces el atrevimiento de golpear a uno de sus compañeros de armas. La paliza se prolongó durante aproximadamente media hora. Se lo llevaron detenido. Lo requisaron y le quitaron el reloj, el teléfono celular, unos audífonos y siete dólares. “Salí, ganador”, le escuchó decir al guardia que se apropió de las cosas de valor que cargaba consigo.

Lo subieron a una moto. Quedó como el relleno de un sándwich entre el conductor y el parrillero. Aunque estaba malherido y  maniatado con las trenzas de sus zapatos, intentó escapar. Recordó las imágenes que, a modo de tutorial, circularon en redes sociales: presionar las pantorrillas del motorizado y empujar al parrillero. Lo intentó pero no lo logró. Peor, los funcionarios se dieron cuenta y neutralizaron sus movimientos con un codazo y un disparo cerca de su oído que lo dejó aturdido y con ganas de vomitar.


 

“Te estamos sembrando”

-¿Qué vamos a hacer con esta joyita?

-Si fuese por mí lo matamos. Pero vamos a conformarnos con agarrarlo de piñata hoy. Pásalo a los

calabozos.

Tal fue el diálogo que Alejo escuchaba mientras ingresaba a la comandancia de la GNB en Las Adjuntas.  Antes de entrar al calabozo un funcionario le ordenó arrodillarse. Le preguntaron la edad y qué estudiaba.

-Tengo 19 y estudio periodismo, respondió.

-Ah no, pero es que tú eres pajúo de por sí. Yo detesto a los periodistas, comentó el funcionario.

Allí había más presos. En total, el recién llegado contabilizó 28. Ocho estaban allí por manifestar, dos eran mujeres y el resto por la presunta comisión de delitos comunes. A los 20 minutos llegó otro guardia preguntando por “el nuevo”. Lo sacó de allí y lo sentó en una silla.

“¿Por qué te metes en esas vainas? -lo increpó- Estás viendo todo lo que causas. Mira como tienes la cara toda malograda (…) Por eso es que a todos ustedes provoca picarlos”.

Durante las manifestaciones antigubernamentales de abril-julio de 2017, la zona residencial de Caricuao era una de las más activa y con mayor represión. Archivo

El funcionario lo agarró por el cabello, lo arrastró por el piso y comenzó a darle patadas. “Ya, vale. Párate que te vamos a tomar una foto para pasarte a tribunales. A ti te vamos a mandar para El Rodeo”, continuó el mismo funcionario que lo trasladó a otra oficina con una capucha en la cabeza.

Cuando le descubrieron el rostro, el joven vio “el arsenal”: un facsímil de una pistola, un uniforme de GNB bañado en sangre, un casco roto, una resortera, un escudo, un bidón de gasolina, y cuatro botellas. “Ese es el aliño de tu sopa. Eso fue todo los que te incautamos. Te estamos sembrando”, le dijeron con descaro.

“¿Por qué te metes en esas vainas? -lo increpó- Estás viendo todo lo que causas. Mira como tienes la cara toda malograda (…) Por eso es que a todos ustedes provoca picarlos

Se rieron y le tomaron una foto. El universitario la vio: su nariz estaba destrozada y tenía el ojo morado. Les pidió un espejo y los funcionarios accedieron. Pudo darse cuenta de que tenía la encía ensangrentada.

Lo regresaron al calabozo, a donde llegó otro detenido pocos minutos después. Lo reconoció de inmediato; era un vecino. Le contó que en su bolso traía una laptop, dos teléfonos inteligentes y una grabadora. Asegura que los guardias le quitaron todo.

Comenzó a sentir como se le adormecían las manos. Se las miró las tenía rojas, casi moradas. Seguía maniatado con las trenzas de sus zapatos. Le pidió al guardia que se las aflojara y el funcionario le respondió que debía decirle al coronel, porque era el que tenía navaja.

“¿Qué quieres tú, llorón?”, le gritó el coronel cuando entró al calabozo. Tomó las manos del joven y, antes de cortarle las trenzas, le dijo: “Primero déjame probarla”. Y lo hirió en uno de los dedos índice.

Con una herida más se quedó dormido. A las cuatro de la madrugada escuchó que alguien se  acercaba. Le hizo señas a su vecino para que se despertara y se mantuviera alerta. Al calabozo ingresaron 20 funcionarios encapuchados. “¿Dónde están los guarimberos para seguir la fiesta?, gritó uno.

Una nueva tanda. Golpes y golpes, patadas y patadas… “Ustedes ya han llevado muchos coñazos hoy”, dijo otro funcionario. Cerró la puerta del calabozo y le comentó al joven: “Mi novia también estudia periodismo, pero ella no se mete en estas estupideces”. Le sugirió que utilizara sus zapatos como almohada. Le tocaría apoyarse sobre sus Nike azules favoritos.

Al amanecer, lo obligaron a sacar la basura de la celda. Al salir, esposado y escoltado, vio a sus familiares y amigos. Al retornar al calabozo se sintió humillado, y para colmo de males, le dieron una nueva orden: botar los excrementos de todos los reclusos depositados en un balde.

-Él no va a botar nada, porque esas son cosas que hacen las brujas. Ese chamo no te ha hecho nada para que lo pongas a hacer eso, se opuso uno de los detenidos con más tiempo en el calabozo.

-Yo quiero que lo bote porque la autoridad aquí la tengo yo, le respondió el funcionario.

-Sí, pero eso lo hacen las brujas. Tú más que nadie deberías conocer los códigos de las cárceles, le refutó el preso.

El muchacho no sabía qué hacer. Pero, repentinamente, el guardia desistió de la orden; le dijo que solo era una broma y salió del calabozo.

“¿Tú fumas cigarro, creepy o marihuana?” – le preguntó al joven el preso que intercedió por él-porque si te provoca pasar eso para el calabozo tienes que hablar con nosotros primero, que nosotros nos entendemos con los guardias.

Un padrino

A las 11:00 pm del 10 de julio lo trasladaron a la sede del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), en Parque Carabobo. La inflamación de la nariz iba en aumento. Llevaba doce horas sin beber agua. Antes de ser reseñado se encontró con su padrino, que es funcionario del CICPC. Se asombró de verlo tan maltratado y le dijo: “voy a ver qué puedo hacer por ti”.

Hasta ese momento el estudiante de periodismo no sabía qué delitos le estaban imputando. Su padrino lo puso al tanto: instigación al odio, alteración del orden público, utilización de menores para delinquir, terrorismo, daño a la propiedad privada, asociación para delinquir, daño al patrimonio cultural, porte de armas falsas y porte de sustancias incendiarias.

Mientras esperaba que le tomaran las huellas dactilares y lo fotografiaran, otro funcionario del CICPC se compadeció por los destrozos en su cara que le habían causado los guardias nacionales. Llegó una enfermera: “No, esto es de operación, tienes el tabique desviado. Pero podría arreglártela un poco. Respira profundo”, le dijo al universitario. Después de un chasquido y el intenso dolor que le produjo el movimiento de su hueso, su nariz empezó a sangrar de nuevo. La enfermera buscó un paño y un espejo. El muchacho se miró. En efecto, su nariz lucía más derecha, pero ya no era la misma.

A las 8:00 am del 12 de julio lo trasladaron a tribunales. Permanecieron ocho horas en los calabozos del Palacio de Justicia antes de que se realizara la audiencia de presentación. El acto duró pocos minutos. La intervención del padrino policía concluyó en una exoneración total de las imputaciones.

La libertad plena decretada por un juez parecía el final de la tormenta. Sin embargo, cinco meses después persisten los daño: “Tengo dolores de cabeza constantemente. Cuando hay frío fuerte, siento un corrientazo en toda la nariz y ahora me cuesta mucho respirar. Cuando me toco el pómulo, me duele y siento algo flojo”.

No, esto es de operación, tienes el tabique desviado. Pero podría arreglártela un poco. Respira profundo”

Trata de no pensar en esos tres días, pero es inevitable. Cada vez que calza sus zapatos azules se reaviva el rencor: “No los quise botar porque me gustan, me los compré yo y además son originales. Tenía dos meses con ellos. Mi mamá los lavó, pero al zapato derecho le quedaron algunas manchitas desangre. Cuando me los pongo siento bronca, como ganas de matar a un GNB. De hecho, si voy por la calle trato de ni mirarlos”.

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