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La cola de los pensionados o el trasnocho que no vale la pena

Hay adultos mayores  que pernoctan frente a las entidades bancarias para cobrar sus pensiones al día siguiente.  Aseguran  que los 465.378,35 bolívares que reciben mensualmente no les alcanzan para comprar alimentos suficientes en cantidad y calidad, ni tampoco los medicamentos que necesitan para cuidar su salud

Reporte Proiuris @Proiuris_VE  | IG: @Proiuris | Facebook: @ProiurisVE
Andreína Domínguez Urbina
 

17 de enero. 11: 25 pm. Personas de la tercera edad comienzan a apostarse frente a la agencia del Banco Bicentenario ubicada en la avenida Urdaneta. Llevan mantas, cartones y bancos donde se van sentando para pasar la noche.  Se ha hecho costumbre. Van diez, pero seguirán llegando.

Explican que se trasladan desde la noche anterior para ser los primeros en la cola que deben hacer hasta el día siguiente para cobrar el primer abono de 2018 del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales. “Si no, uno pasa todo el día en eso” cuenta una anciana mientras se arropa. No quiere dar su nombre.

­­-¿No le da miedo?

-No mija ¿Qué nos van a quitar?

-¿El banco lo permite?

-¿Y qué van a hacer? las colas son inmensas. Ellos mismos no pueden con eso.

 

A las 11:00 pm varias ancianos comienzan a hacer la cola para cobrar su pensión al día siguiente en un banco ubicado en La Candelaria. Mikel Ferreira

 

18 de enero. 8:00 am. “¡Este se está coleando!”, “Aquí no ha llegado la remesa”, “Ah mundo, la pensión no nos alcanza para nada”, se quejan algunos ancianos en las largas filas que se comenzaron a formar desde las 3:00 de la madrugada frente al Banco de Venezuela, ubicado cerca del Puerto de La Guaira. Los que están en los últimos lugares de la cola aseguran que se levantaron “bien tempranito”, a las 5:30 de la mañana porque no están dispuestos a dormir en la calle.

Juanita, de 64 años de edad,   llegó a las 6:00 am a la entidad bancaria. Cuenta que se arropa hasta donde le alcance la cobija. “Ya no puedo comprar carne. Está muy cara. Compro medio cartón de huevos en 130.000 bolívares y ya lo que me queda es poquito. Lo gasto en yuca, plátanos”, dice.

La espera de los abuelos se prolonga indefinidamente. Mikel Ferreira

La anciana dejó de tomarse las pastillas para la hipertensión arterial. Hizo lo mismo con los medicamentos para la circulación. No puede costearlos.  Recuerda que la última vez que logró obtenerlos fue hace un año. Mariana, su prima, la acompaña en la cola porque también cobrará su pensión. “Es un paliativo” dice.  Debe decidir en qué utilizar el dinero: en las medicinas para su tratamiento contra la diabetes o en comida. Prefiere gastarlo en comida aunque lo que compre le sirva para alimentarse un solo día, según relata. “Menos mal que mi hija me ayuda con lo de la diabetes porque si fuera por la pensión ya estuviese muerta”.

La mayoría tiene que hacer la cola de pie.  Mikel Ferreira

La situación de Pedro, de 78 años de edad, es similar a la de Juanita.  El anciano llegó a las 3 de la madrugada a la sede del Banco de Venezuela ubicada en Maiquetía y era el número 14 en la fila. Más tarde se quejaba:  “A las 9 de la mañana  había 40 personas delante de mí, se colearon. Esto es un desastre. Aquí todo el mundo se colea. De paso, no abren el banco. Cómo se nota que no hay dinero porque otras veces a esta hora ya nos han atendido. No sabemos ni cuánto nos van a pagar”.

Dice que lo primero que hace al recibir su pensión es buscar alimentos que escasean en el país, como arroz, harina y pasta. Puede comprar tan solo dos kilos de algunos de estos. Vive con su esposa y reciben “de vez en cuando” ayuda de sus tres hijos.

La lluvia es un obstáculo adicional para cobrar las pensiones. Mikel Ferreira

“Siempre estamos intercambiándonos comida. Cuando uno tiene una cosa se la da al otro, así nos ayudamos pero mis hijos también tienen sus gastos, tienen su familia y es difícil para todos”, expresa. Pedro debería tomar nueve pastillas diferentes para controlar la hipertensión. “Pero la pensión no me alcanza ni para una caja de medicinas”, lamenta.
9:00 am 

– ¿Qué compra usted con la pensión que recibe?, se le consulta a Carmen de 77 años de edad.  La pregunta provoca que algunos de los ancianos se rían. Quizás para no llorar…

Carmen prefiere  hablar de sus carencias. “Aquí, donde me ves, no he comido nada” cuenta. Acerca sus dedos índice y pulgar, casi los junta, para describir el tamaño de una miga de pan que consumió en la cola. “Bueno sí comí, un corazoncito, así chiquitico de pan, que me regalaron aquí”.

Vive en Charallave, estado Miranda, pero cobra la pensión en el Bicentenario de La Candelaria, en Caracas, porque allí le dan el efectivo completo. “En Charallave la gente es muy desordenada, pelean por todo y lo que le dan a uno son 30 mil bolívares. ¿Qué hace uno con eso?”, cuestiona.


 

10:30 am. Inés Herrera de 60 años de edad hace la cola en la agencia del Banco Bicentenario situada en la avenida Lecuna. Los 465.378,35 bolívares al mes que percibe los destina a la comida. “Compro yuca y plátano, para eso es que me sirve la pensión. Nada de arroz, pasta. Algún día cuando llegue la bolsa de CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) volveremos a comer eso en mi familia”, expresa al tiempo que detalla que desde hace más de 45 días no llega ese “beneficio” a su comunidad.

En ocasiones las colas se tornan caóticas. Mikel Ferreira

Sufre de hipertensión y, a falta de medicamentos, toma guarapos de malojillo para controlarla porque la pensión no le es suficiente para costear el tratamiento. “Procuro no alterarme, a pesar de la situación. ¿Qué más voy a hacer?”. Vive con su esposo y uno de sus hijos que tiene una discapacidad. Sus hijos mayores, de 33 y 44 años de edad, decidieron emigrar del país hace tres meses. “La crisis económica los obligó. Espero que puedan estabilizarse monetariamente para que me puedan ayudar”.

12:00 m. Al final de la fila que se extiende desde las puertas de la agencia del Banco Fondo Común en la avenida Urdaneta de Caracas, está Aideth García,  de 63 años. Ella también desistió de consumir pasta, harina y arroz porque asegura que no los puede comprar. “Cuando salga de aquí lo que voy a comprar es un kilo de yuca para tratar de rendir esta platica. Menos mal que en la casa todavía me queda un poquito de queso”, señala.

Aideth vive con una de sus nietas y dice que no se imaginó que viviría en una situación como la que atraviesa en este momento. “Pensaba que iba a tener una vejez tranquila, en paz. Para eso trabajé por años. Me da una tristeza tan grande ver que todos mis hijos y nietos se van del país. Pero esto no lo aguanta nadie”, comenta con la voz entrecortada. “Nadie vela por nosotros. Nos quieren matar de hambre y miseria”, insiste.

Muchos se desalientan cada vez que les corresponde cobrar la pensión. Mikel Ferreira

En esa misma entidad financiera, en la fila de los adultos mayores con discapacidad, se encuentra Nerio de 68 años. Dice que ha bajado 3 kilos de peso en los últimos tres meses y que redujo considerablemente su ingesta de alimentos. “No consigues ni una harina y si la encuentras está en 120.000 bolívares, un arroz en 130.000 bolívares, igual que una pasta y sin contar los aliños. Estoy comiendo poquito. Tengo más de dos meses que no como carne. ¿Cómo la compro si el kilo cuesta 300.000 bolívares? Ahí dejo la pensión y después, ¿qué más voy a comer?”, se pregunta.

Nerio sufrió una caída por las escaleras hace tres años. Desde entonces se apoya en un bastón para caminar.  “Esto se puso horrible. No sé qué ira a pasar aquí en Venezuela, esta vaina no la había visto yo en los 68 años que tengo. Nunca había vivido una crisis como ésta”, dice.

Las multitudes se agolpan frente a las sedes bancarias y esperan horas y horas. Mikel Ferreira

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