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El dilema de un médico venezolano: “Irme del país o quedarme y sobrevivir como taxista”

La nevera vacía y el permanente llanto de su bebé de cinco meses de edad empujan a Rafael Sosa, presidente de la Sociedad de Médicos Residentes del Hospital Vargas, a emigrar. Luego de 22 días en paro sin obtener respuestas, dice no estar dispuesto a arriesgar el futuro de su familia

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Betania Franquis Prada

El llanto de un bebé interrumpe el sueño de una joven pareja al este de la ciudad, en una urbanización de Chacao. El pequeño de cinco meses está hambriento y necesita fórmulas lácteas para complementar su alimentación. A Rafael Sosa, el padre, le angustia que la última lata del suplemento está por acabarse. El sueldo que devenga como médico en la Sala de Radiología del Hospital Vargas no le alcanza para comprar otro frasco. La alacena y la nevera vacías también lo empujan a tomar una decisión: irse de Venezuela.

Sosa, quien tiene 30 años de edad y 3 trabajando en el Vargas, relata que  la bendición de ser padre se convirtió en fuente de preocupaciones desde que se triplicaron los gastos en el hogar con la llegada del bebé. El alto costo de los suplementos alimenticios, la ropa y los pañales causaron un cambio abrupto en la dinámica familiar. Eso lo impulsa a salir a la calle a protestar por sus derechos laborales. La exigencia de un mejor salario no es un capricho sino una necesidad.

Desde que su esposa dejó de trabajar para dedicarse a cuidar del niño se le hace más difícil sortear las dificultades económicas. Los 18,8 millones de bolívares que gana al mes se le esfuman cuando visita el supermercado.

En abastos y farmacias una lata de fórmula infantil de 400 gramos cuesta entre 6,5 y 10 millones de bolívares, mientras que el paquete de pañales de 10 y 12 unidades se ubica entre los 7 y 8 millones de bolívares. “He venido a trabajar con hambre, he recurrido a la ayuda de mis familiares. Ni siquiera puedo comprarme un chocolate porque desequilibro el presupuesto”.

Sosa, quien  además preside la Sociedad de Médicos Residentes del Hospital Vargas, se las ingenia para incorporar granos y tubérculos en el mismo plato. Sin embargo, la pérdida de peso es cada vez más acentuada en su grupo familiar.  En los últimos meses su suegra rebajó siete kilos, su esposa cinco… Él, que comenzó a adelgazar a comienzos de año, ha perdido cuatro kilos más, según reflejó la báscula la última vez que se pesó.

Al avance de su deterioro físico y mental se añaden las horas en vela que pasa en cada guardia nocturna con las que se redobla para aumentar sus ingresos. Aunque su ausencia se siente en la casa, lo hace por su familia, para ganar un poco más. El afán por cubrir los gastos es una lucha constante, que se agudizó el año pasado cuando se enteró de que su esposa estaba embarazada. A partir de ese momento se hizo más notoria la precariedad en el hogar.

Cuenta, aún con asombro, que la inflación lo tomó desprevenido el 21 de febrero cuando su hijo nació en la clínica Sanitas de Santa Paula. De acuerdo a lo programado, su esposa daría a luz de forma natural, lo que tendría un precio de 9 millones de bolívares. Sin embargo, el parto se complicó y fue necesario hacer un cesárea de emergencia. Por la intervención, que asegura duró menos de una hora, tuvo que pagar 25 millones de bolívares. En tan solo 7 meses había elevado su precio en 400% con respecto a septiembre, cuando los planes de cobertura rondaban los 9 millones de bolívares. “Cada día 15 días cambiaban los precios del plan. Era dramático ver como se incrementaban las tarifas”.

Rafael Sosa tiene dos posgrados: uno en Radiodiagnóstico y otro en Traumatología. Se formó en la Universidad Central de Venezuela y se especializó en Traumatología y Ortopedia. Recuerda con orgullo los doce años que ha pasado “quemándose las pestañas”. Trabajó en el Hospital Periférico de Catia y en el Hospital Clínico Universitario, en los cuales participó activamente en acciones reivindicativas de los derechos de los médicos y de las personas que requieren su atención.

Dice que le gustaría que su hijo tuviera una excelente preparación pero el futuro poco promisorio de Venezuela lo agobian. Ni siquiera vendiendo su carro pudo costear los gastos completos del bebé en las primeras semanas. El hambre sigue manifestándose. “Si no tengo para comprar un pote de leche, mucho menos podré pagarle el colegio. No queda más opción que irme”.

Argentina, Chile y España son algunos de los destinos que tiene en mente para emigrar en los próximos meses, cuando su hijo esté un poco más grande. Aunque el comienzo sea arduo en otras latitudes, espera que allá sea más valorado como profesional y como persona. “Es irme del país o trabajar como taxista, porque quedarse se convirtió en un asunto de supervivencia”.

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