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Los que se quedan (I) | Separarse de los hijos para buscar un mejor destino

María José Smith, de 23 años de edad, es una joven estudiante de administración hotelera en la universidad Simón Bolívar en La Guaira. Su mamá emigró a Ecuador hace seis meses y, desde entonces, vive sola en un apartamento en la urbanización Urdaneta, en Catia. La comida, el mantenimiento de la casa, el cuidado de dos perras, se convirtieron en sus responsabilidades diarias luego de la partida de su madre

Reporte Proiuris
Arturo Guillén

Un miércoles de septiembre a las 2:30 pm, en un pequeño apartamento en la urbanización Urdaneta, en Catia, dos perras de raza pinscher negras, una ya de avanzada edad y otra cachorra, ladraban sin detenerse detrás de una improvisada puerta de madera. María José Smith Hernández, de 23 años de edad, intentó calmar a los animales. La joven quedó a cargo de ellos luego de que su mamá, María Eugenia Hernández, decidiera emigrar a Ecuador. Al final tuvo que soltarlas para que corretearan por toda la casa y así evitar que prosiguieran con sus ladridos.

Tomó asiento en uno de los muebles. Las perritas inquietas se subieron junto a María José y se recostaron en su regazo. Las acarició y rememoró que hace seis meses se había levantado a las 4:30 am para prepararse e ir a la universidad. Pero esa madrugada  era distinta a cualquier otra: su mamá, con pasaje en mano, ordenaba sus maletas para irse del país.

La estudiante de administración hotelera en la Universidad Simón Bolívar de La Guaira, recordó que su madre tenía un semblante que no parecía formar parte de ella, de la personalidad alegre y vivaz que la caracteriza. “Me despedí de ella muy tranquila. Me acerqué y me despedí. Mi mamá sí estaba triste, no es fácil dejar a un hijo. Yo me mostré calmada, sabía que lo estaba haciendo para darnos un buen futuro a mi hermana y a mí y también a ella misma”, manifestó con gestos que corroboraban sus palabras. Las perritas, al escuchar un ruido que provenía del exterior, empezaron a ladrar de nuevo. Con dos leves toques y un regaño, callaron.

Aunque en el ámbito emocional no se vio tan afectada como lo aseguró, María José sintió la ausencia de su madre en las actividades diarias que ella desempeñaba. Comprar la comida, pagar los servicios de agua, luz y teléfono, estar pendiente de los animales, la limpieza de la casa, quehaceres que, de ahora en adelante, ocuparían aún más su tiempo.

Los familiares que quedan

El concepto de soledad en la vida de María José no es absoluto. Tiene novio, él la ayuda en muchas de sus tareas, al igual que su papá, que trabaja y la apoya en lo que puede. Asimismo su abuela, quien en varias ocasiones le ha dado enlatados, pasta, arroz.

En la universidad ha corrido con la fortuna de prescindir de gastos en libros, debido a que según la estudiante el centro educativo cuenta con una buena biblioteca. No obstante, hay fallas en el comedor y ha tenido que gastar en comida.

Además de la ayuda que recibe de los familiares que permanecen en Venezuela, también ha recibido remesas de su mamá desde Ecuador. “Ella ha hecho el intento de establecerse en ese país y ha logrado mandarme en dos oportunidades remesas que me han servido de mucho debido a que me quedé sin trabajo recientemente”, dijo.

Las perras volvieron a ladrar, en esa ocasión con mayor intensidad. De forma brusca se lanzaron al suelo cual clavadistas de superficies sólidas y corrieron hacia la puerta de la entrada. Continuaban con sus ladridos y por un momento María José dejó de hablar para calmarlas. Luego de cumplir su objetivo, continuó conversando. Las perritas ahora  descansaban nuevamente en su regazo.

“También me he ayudado, entre lo que se puede, con la bolsa Clap, pero, por ejemplo, esta semana tuvo que llegar, aunque no lo ha hecho. Ha habido un retraso en la entrega en todo el país. Mi abuela tampoco la ha recibido”, afirmó mientras se levantaba para buscar un vaso con agua. El apartamento se encontraba en quietud, se podía escuchar la respiración de los canes, algún carro que transitaba por la vía, algún que otro ladrido a lo lejos. En el ambiente se notaba una ausencia, un cuarto vacío, una cama vacante, un armario desprovisto de ropa.

Y ella, ¿ha pensado seriamente irse de Venezuela?

Cinco meses después de que  María Eugenia emigrara a Ecuador de manera forzada, luego de perder su empleo en Venezuela, su hermana, Génesis Hernández, y periodista de profesión, también se fue, en este caso a Perú. “Al igual que mi mamá, decidió tener una vida mejor. Ahora nos comunicamos por Skype, aunque nunca es lo mismo a saludarse en persona”, lo decía aún con esa sonrisa dibujada en su rostro como cuando, de alguna manera, sabes que esa separación podría ser momentánea.

Su mamá desea que ella se vaya a Ecuador a su lado. En Venezuela vivieron juntas luego de que María José iniciara sus estudios en la universidad; verla todos los días, acostumbrarse a su presencia y conocer la situación en la que se encuentra el país, son los principales motivos de que quiera estar con su hija en el extranjero.

María José piensa que su destino puede forjarse de mejor manera fuera de nuestras fronteras. Es un pensamiento recurrente en ella. Foto: Mikel Ferreira

María José, en cambio, no ve muy claro su futuro fuera del país. Y que no se malentienda: sí está decidida a cumplir una meta: irse, pero, ¿dónde? ¿Ecuador? Su mamá vive allá, podría ser una opción, aunque aún no ha logrado establecerse para recibirla como ella puede anhelarlo. ¿Perú? Su hermana llegó hace apenas un mes, es muy pronto. ¿Chile? Es un país que, a juicio de la estudiante, es próspero, económicamente estable y que desde hace un tiempo le ha llamado la atención, sobre todo porque ve que su carrera puede tener futuro en esa nación.

“Lo que sí tengo claro es que al terminar la universidad quiero irme”, afirmó entretanto desvió su mirada a sus compañeras de cuatro patas, que ahora se acomodaban en el mueble.

Luego de un tiempo

Días después de ese miércoles en la tarde, los ladridos cesaron, la puerta improvisada de madera ya no cubría la entrada a esa habitación. Más que una ausencia, se notaban tres. El cuidado de los animales se convirtió en un lujo que pocos pueden permitirse y aún más cuando una persona vive sola. Por ello María José optó por una solución que consideró pertinente y rápida: regalar las perras a quienes sí pudieran encargarse de ellas con todo lo que implica esa responsabilidad.

El fenómeno migratorio en Venezuela ha causado que 2,3 millones de venezolanos se fueran del país desde 2014, según la Organización de las Naciones Unidas. En Ecuador, territorio en el que se encuentra la mamá de la joven, hay más de 164.000 venezolanos radicados.

La migración forzada se ha convertido en un inmenso separador de familias, en una maquinaria de desarraigo que cambia, que transforma, que marca a una persona por el resto de su existencia. María José Smith, de 23 años de edad, es una de esas historias de los que se quedan, que han visto marchar a familiares cercanos y que, aunque sabe que fue para un mejor futuro, queda con esa ausencia en su interior.

Su mamá no recogía el periódico, no llegaba a la casa luego de comprar la comida y tampoco se escuchaban los ladridos de las perras. La migración le bajó el volumen al apartamento.

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