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Los que se quedan (IV) | “Mis tíos, que eran como mis padres, se fueron y ahora quedé sola”

Dalysé León, de 23 años de edad, asegura que permanecerá en Venezuela a costa de lo que sea. La migración forzada no ha podido doblegar esa voluntad innata que la caracteriza

Reporte Proiuris
Arturo Guillén

“Radical en lo justo”. Esa frase sintetiza la personalidad de Dalysé León, una joven de 23 años de edad que considera que desde 2014 ha luchado por un mejor país. “Soy radical, pero con lo que es justo”, explica. Es decir, se es justo o no se es. De esa premisa parte su radicalismo.

Pero más allá de su pensamiento, de su convicción de que Venezuela saldrá adelante y superará los arrebatos de un Estado destructor, hay una historia escrita por las pisadas de la diáspora.

Su tía, Bruni Rodríguez, junto con su esposo, José Del Carmen Bastidas, emigraron a Ecuador en enero de 2018.  Para ella no era cualquier tía, con la que de vez en cuando hablas o se ven un fin de semana o en alguna celebración familiar. Era, para Dalysé, como una madre. “Prácticamente me crié con ella, hizo el papel de mamá”, lo expresa con ojos acuosos, con un sentimiento que emerge de su interior y se asoma tímidamente.

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Con esa misma emoción que la caracteriza, relata que su familia es disfuncional. Su mamá por un lado, el padre por otro y la hermana, Dayrel León, de 31 años de edad, se ocupa de dos hijas de apenas tres y cinco años. Su tía estuvo a su lado, la acompañó a la graduación de bachillerato, vivió con ella y su tío en El Valle; eran, al final de cuentas, como sus segundos padres.

“En realidad no me comentaban si iban a emigrar o no. Los hijos de mis tíos se habían ido del país y ellos le decían que se fueran de Venezuela”. Uno de ellos está en Alemania, Alexander Bastidas, campeón mundial de patinaje en 2003, y las otras dos hijas en Ecuador. “Los nietos de mis tíos habían nacido. Querían estar con ellos y mis primas le decían que deseaban que ellos estuvieran allá”, asegura.

Su tío, de 60 años de edad, tiene un marcapaso y sus dos cardiólogos habían migrado. “Aquí es tan caro enfermarse como intentar, si puedes, curarte”, señala.

Y en enero de 2018, ambos le informaron: “Nos vamos, pero si esta situación cambia, quizás volvamos”. Y ese quizás aún resuena en su mente, un quizás que se diluye poco a poco.

¿Y ahora qué?

Marzo. Ese era el mes que Dalysé tenía marcado en el calendario. “Pensé: en marzo vuelven, esto cambiará y retornarán al país”. Marzo pasó… abril, mayo. Las esperanzas de que el retorno ocurriera se desvanecían con las horas, los días, los meses y un ambiente político cada vez más apresado por el gobierno.

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Su hermana, debido a que se encarga de dos hijas menores de edad, se quedó a vivir en la pequeña casa de sus tíos en El Valle. “Ellos son la prioridad y por ello les dije que se quedaran allí. Yo me dije: veré qué puedo hacer, dónde puedo vivir”, afirma con fuerzas, de esas fuerzas que la ayudan a sobrellevar los embistes de una Venezuela envilecida.

«No me voy de Venezuela», es la mayor convicción de Dalysé en medio de una migración forzada que ha impulsado a más de 2,3 millones de venezolanos a huir de Venezuela desde 2014 según la ONU

Su mamá trabaja y vive en El Callao y su papá en Portuguesa. Las opciones de vivir en Caracas se agotaban, de trabajar y sustentarse por ella misma. No obstante, en tiempos de necesidad la solidaridad parece aflorar como en un campo que se creía estéril. “Una amiga y su pareja me ofrecieron quedarme con ellos en su apartamento en Chacao y eso me permitió centrarme en el trabajo”.

Dalysé es community manager de un concejal de Baruta y también ayuda en ciertas actividades al partido Vente Venezuela. Desde 2014 participó en las protestas, le ha sido completamente adversa no solo al gobierno de Chávez y Maduro, sino también a la base ideológica que los han sustentado. Ellos son meras figuras que obedecen lineamientos, el real enemigo es el sistema que los rige.

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Dada esa convicción de lucha por el país, de creer en Venezuela, ha rechazado en numerosas ocasiones la oferta de sus tíos que emigraron a Ecuador, así como de primos y otros familiares que se han ido. Le imploraron que huyera, que ellos harían lo posible para recibirla.

“He negado irme. Quiero quedarme. Quiero pensar que con solo comer pan y agua, que siga luchando, pueda valer la pena, que no es en vano. La libertad cuesta”, exclama con decisión.

“No soy la prioridad”

Su hermana y dos sobrinos primero, ella después. Al menos de tal manera piensa Dalysé. “Mis tíos en Ecuador me han ofrecido enviarme remesas, pero he preferido que lo poco que pueden enviar, se los den a mi hermana y sus hijos. ¿Cómo decirle a una niña que no se puede comprar leche?”, cuestiona.

Su papá, con quien ha tenido una mejor relación en comparación que con su mamá, la ayuda cuando puede con alguna harina de maíz precocida o un paquete de arroz. Aunque admite que adora a su padre, que lo ama, existe una diferencia sustancial entre ellos: el pensamiento político. Él, oficialista; ella, opositora. “Es duro para mí esa diferencia, pero a pesar de ella, no he dejado de amarlo, se ha comportado muy bien conmigo”, manifiesta ese sentimiento en sus gestos, en su voz, en la expresión de su rostro.

“La única manera que me vaya de Venezuela es que me persigan por mis ideas políticas, que no tenga más opción que irme, porque de lo contrario pararía en un calabozo”, asevera con contundencia.

La etimología de la palabra radical es congruente con la forma de pensar y actuar de Dalysé. El vocablo proviene del latín radicalis, el cual se refiere a la raíz de las cosas, lo relativo a la raíz. Sus raíces se afianzaron en ella y la migración forzada, esa maquinaria de desarraigo, no ha podido arrancarlas de tajo. Solo el transcurrir del tiempo y las acciones que se realicen en el país, determinará la fortaleza de ese arraigo.

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