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“Perdí mi independencia porque las escaleras eléctricas del Metro no sirven”

Una joven de 20 años de edad que usa silla de ruedas tiene que luchar a diario con las fallas del sistema de transporte subterráneo de Caracas. Por el progresivo deterioro del servicio, María Fernanda Laguado requiere la ayuda de su madre para poder llegar a sus clases en la UCV
Reporte Especial Proiuris
Erick S. González Caldea

María Fernanda se ve obligada a despertar y levantarse a las 4:00 am para llegar lo antes posible a la Universidad Central de Venezuela. El trayecto desde su residencia en Mamera no debería demorar más de 40 minutos, pero el Metro se atraviesa en su carrera de Computación como un obstáculo cotidiano más odioso que la imposibilidad de caminar con que la joven vive desde los nueve años de edad.

Desenreda su melena rizada de color castaño y arregla la ropa que va a vestir ese día  antes de tomar una ducha. Mientras,  su madre, Aída Rojas, prepara el desayuno y también se prepara, física y mentalmente, para dar una nueva batalla junto a su hija.

María Fernanda Laguado tiene 20 años de edad. La tenacidad es un rasgo de su carácter que se nota tanto como la silla de ruedas que usa para desplazarse. Recuerda desde cuándo comenzó a utilizarla: “El piso estaba encerado y en ese entonces usaba una férula en mis piernas. Al caminar por ese trayecto resbalé y me fracturé el fémur. Nunca más volví a caminar”.

Aída hizo todo lo posible para que su hija tuviera una infancia como cualquier niña. La debilidad de sus piernas no le impidió practicar baloncesto, natación y esgrima.

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Otras de las habilidades que desarrolló la muchacha fue usar el Metro, a pesar de que su indetenible deterioro implicaba un aprendizaje constante. A los 18 años y después de graduarse de bachiller continuó sus estudios en la UCV. Al principio, mientras estudiaba el primer semestre, el recorrido entre las estaciones Mamera y Ciudad Universitaria era sencillo. Durante ese período, a mediados de 2016, las escaleras eléctricas aún estaban operativas.

En los dos últimos años las  fallas en las escaleras eléctricas y ascensores del metro aumentaron. María Fernanda cambió su rutina y su madre dejó el empleo que tenía  como trabajadora social. La independencia que la muchacha había ganado fue mermando al mismo ritmo de la ineficacia de la empresa estatal para prestar un buen servicio y garantizar el derecho al libre tránsito y el derecho a la  ciudad. Ahora, la joven necesita que alguien la ayude a continuar su carrera universitaria y su madre es la que siempre está dispuesta para que alcance la meta.

“Perdí mi independencia por las fallas del metro de Caracas”, resume María Fernanda.

Estación Mamera

El primer escollo que deben afrontar María Fernanda y su madre es infranqueable: la estación Mamera. Está a cinco cuadras de su casa, pero las escaleras eléctricas no funcionan desde agosto de este año.

Deben caminar (la madre) y rodar (la hija)  hasta la estación de Antímano, aproximadamente a dos kilómetros de distancia, para poder entrar al Metro. “Todos los días tenemos que recorrer este trayecto para ir y venir a la casa”, lamentan.

Todos los días María Fernanda tiene que ser acompañada por su madre para sortear el escollo de trasladarse en metro | Foto: Mikel Ferreira

El recorrido por el bulevar contiguo a la avenida intercomunal de Antímano les toma de 15 a 20 minutos; un primer retraso que les impide llegar a tiempo a la primera clase de la estudiante, pautada a las 7:15 am. A veces, el congestionamiento de las aceras (transeúntes y vendedores informales) las obligan a transitar por la vía asfaltada y sumarse al tránsito automotor. Ello implica esquivar vehículos y particularmente el desenfreno de los motorizados. Cuando finalmente llegan a la estación Antímano ya son las 5:30 am.

María Fernanda usa su brazo derecho para apoyarse en la baranda de caucho negro sostiene la silla con el otro brazo. Así baja por la única escalera eléctrica que conduce al interior de la estación Antímano. Debido a su condición, no tiene que pagar pasaje, pero el costo de la falta de accesibilidad en el Metro es infinitamente mayor.

Dos horas bajo tierra

Cientos de personas se aglomeran en el borde del andén en dirección a Zona Rental, la estación de transferencia entre las líneas 2 y 4 del sistema de transporte subterráneo. Desde su inauguración, en 2006, Zona Rental permanece colapsada.

Algunos las ven con indiferencia, mientras el par de mujeres se acerca a la zona preferencial que se distingue por el marcado azul oscuro en el piso.

Debido a las fallas en las estaciones cercana a su casa, María Fernanda tiene que esquivar los carros y motos para llegar hasta la estación de Antímano | Foto: Mikel Ferreira

Llega el tren. Está hasta el tope. Solo unos cuantos usuarios se bajan en la estación Antímano y queda poco espacio dentro. María Fernanda y su madre no pueden entrar y deben esperar un próximo tren.

Pasan uno, dos, tres trenes… Logran subir al quinto que pasa, uno de los viejos, de los que datan de 1986, y que tienen poco espacio para las sillas de ruedas, así como frecuentes fallas de aire acondicionado.

Hacinadas, inician el tránsito por 10 estaciones. Deben soportar empujones, pisotones y el caos que aumenta a medida en que el tren se acerca al centro de la ciudad. “Te puedes arrimar”, le dice uno, quien no entiende que María Fernanda merece un trato preferencial.

“A la gente le molesta verme, porque dicen que el espacio que ocupo lo pueden usar tres personas más, pero es que también tengo que llegar a mi destino. Y usar un taxi no es una opción para mí. Me cobran mucho más que a otras personas”, explica la muchacha.

 “Una vez le pedimos ayuda a uno de los trabajadores del Metro para subir las escaleras fijas, porque no funcionaba ninguna de las eléctricas. Nos miró de arriba abajo y nos dijo: ‘no está en mis capacidades’. Fíjate tú, ese hombre se reconocía como una persona  discapacitada; aunque su discapacidad no era física sino mental”, razonó Aída.

En cada parada, entre las estaciones Antímano y Zona Rental, ambas mujeres deben enfrentarse a la oleada de personas que pelean (es un verdadero combate, que en ocasiones incluye agresiones verbales y físicas) por entrar al tren, pues todos quieren llegar temprano a sus destinos. El retraso en los trenes, el apretujamiento y el calor contribuyen a un mal humor que se expande y cunde a lo largo del tren.

María Fernanda y su madre intentan entablar una conversación para pasar los largos ratos que permanece detenido el tren entre estación y estación. Esta vez el trayecto hasta Zona Rental  alcanza casi dos horas. Son las 7:00 am y María Fernanda ya no llegará a tiempo a clase.

Entre la multitud que sale y la multitud que entra, las dos mujeres desembarcan el tren. Se aproximan a los últimos obstáculos y ruegan que alguna de las escaleras eléctricas de Zona Rental funcione. Por falta de mantenimiento las instalaciones se han ido dañando y, por ejemplo, el ascensor de esa estación dejó de operar hace meses. Esperan que se despeje el andén para poder usar la única escalera eléctrica que da a la mezzanina.

Anteriormente, María Fernanda y Aída usaban la línea 3 del Metro, que conecta Plaza Venezuela con La Rinconada. Ya no es una opción, porque desde hace aproximadamente un año ninguna de las escaleras eléctricas de las estaciones Ciudad Universitaria y Los Símbolos funcionan.

 “¿Cómo bajamos las escaleras de cemento? si ni siquiera los operadores me quieren ayudar con Mafer. Además, la ‘moderna’ rampa tampoco funciona. Por eso, ahora caminamos por el Jardín Botánico hasta la Facultad de Ciencias”, señaló la madre.

 Y luego el retorno

Zona Rental es una estación relativamente nueva. Tiene menos de 10 años funcionando. En la descripción de la página del Metro de Caracas se lee: “Es de color verde para hacer referencia al Jardín Botánico y cuenta con innovaciones como ascensores para discapacitados (sic), escaleras más amplias, una cinta transportadora para transferencias, y un sistema de aire acondicionado menos contaminante”.

Ni las rampas ni una de las escaleras eléctricas funcionan desde principios de 2018. Solo la escalera eléctrica que conduce a la avenida Casanova opera correctamente. Pero hay un detalle, otro obstáculo: para acceder a esa escalera eléctrica María Fernanda tiene que subir siete escalones de cemento con su silla de ruedas. A pesar de tener problemas con su columna, Aída carga a su hija para subir esos siete escalones.

“Creo quién hizo esta parte de la estación no pensó mucho en las personas con discapacidad”, señala María Fernanda.

Aída enfatiza que actualmente muchas personas con discapacidad no tienen acceso a los beneficios que el gobierno asegura haberles brindado: “No te creas, hemos querido aplicar para comprar un carro por uno de estos operativos. Es más, decían que como María Fernanda está en silla de ruedas aplicaba más rápido. Eso es mentira. Nunca nos aprobaron el crédito, aunque, por el deterioro del Metro, necesitamos con más urgencia el carro”.

Ya en la superficie, en la avenida Casanova, a María Fernanda y su madre todavía les queda un trecho por recorrer hasta la Facultad de Ciencias de la UCV. Son otros dos kilómetros; otros 30 minutos de retraso.

María y su madre tienen que recorren casi dos kilometro más para llegar hasta la facultad donde cursa sus materias la joven universitaria | Foto: Erick González 

María Fernanda Laguado llega a su primera clase con una hora de retraso. Un recorrido calculado en 40 minutos, le puede tomar hasta dos horas por la falta de escaleras eléctricas y los constantes retardos de los trenes. El regreso a casa multiplica por dos la travesía, la odisea.

Aun así, ella y su madre se levantan a las 4:00 am, con la esperanza de que el Estado asuma cabalmente su obligación de garantizar el derecho a la accesibilidad de personas con funcionalidad diversa al principal medio de transporte de Caracas.

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