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Tres meses sin agua potable o cómo se viola un derecho humano en La Guaira

Muchas familias del litoral central acuden a riachuelos y cargan agua turbia y maloliente hasta sus hogares. Los que pueden gastan hasta 10.000 bolívares al mes (más de dos salarios mínimos) para contar con un servicio esencial para la vida que el Estado venezolano debería garantizar
Reporte Proiuris
Erick S. González Caldea

Lo primero que hace Florencio Rodríguez, de 70 años de edad, todos los días es caminar desde su cama hasta el pipote donde almacena agua, en la entrada de su casa, para llenar un balde. No se molesta en abrir las llaves de los grifos, pues de allí no sale nada. “Tengo tres meses sin agua en mi casa”, señala.
Administra como un tesoro cada uno de los 50 litros del recipiente. Cuenta que, “cuidándola mucho”, esa cantidad de agua le alcanza para ocho días. “Ahora, como recibí a unos familiares del Zulia,  me va a faltar el 24 y el 31 de diciembre. La pasaremos secos”, dice entre enfado y resignación.
El acceso al agua potable es un derecho humano sistemáticamente violado en la parroquia La Guaira del estado Vargas. Por ejemplo, los habitantes del sector Mixtolito se ven obligados a surtirse de los riachuelos cercanos al Complejo Deportivo José María Vargas, que les queda a aproximadamente 600 metros de distancia, aunque ello implique el riesgo de contraer enfermedades. No se trata de cualquier agua, debe ser apta para el consumo humano y es por ello que el derecho al agua incluye el saneamiento del líquido vital.
En ocasiones cunde la euforia  en el barrio, pues de vez en cuando llega agua a una bomba de gasolina cercana. Las colas para llenar los baldes y pipotes se alargan, pues es una forma gratuita de conseguir el servicio. “En esa estación de gasolina (dice mirando hacia el frente de su casa), a veces llega el agua. Toda la comunidad va para llenar envases, para no tener que bajar hasta el polideportivo”, sostiene Rodríguez.
Otra forma, más onerosa, de paliar la  situación que tienen los vecinos de Mixtolito es pagar una cisterna por un precio que oscila entre 3.000 a 5.000 bolívares soberanos. Al momento de cocinar, muchos de los residentes de la zona afectada por la falta de agua, compran galones en algunos de los negocios en la zona a un costo de 350 bolívares soberanos.

En promedio, muchas familias de La Guaira gastan más de 10.000 bolívares mensuales, es decir más dos salarios mínimos (establecido en 4.500 BsS), para afrontar la falta de un servicio que el Estado debe garantizarles.

“Filtrando” el agua

Habitantes de La Guaria se ven obligados a buscar agua en lugares inapropiados | Foto: Mikel Ferreira

A pocos metros de la entrada del Puerto de La Guaria, al final de una quebrada, un grupo de jóvenes, entre 17 y 25 años de edad, llenan pipotes de agua de una tubería. El líquido es  turbio y despide un mal olor. Los muchachos tapan la boca del tubo con una tela que ya está curtida por el sedimento que trae el líquido. La usan como un filtro.
“Esta es la única forma para agarrar el agua, en mi casa no podemos pagar por una cisterna. Preferimos llegarnos hasta acá. Esa agua la hervimos o solo la usamos para el baño”, sostiene uno de los jóvenes, que pide no ser identificado.
Detrás del polideportivo, hay una fila de personas, todas con más de tres tobos y pipotes, a la espera de su turno para llenarlos. Se observan muchos niños, niñas, adolescentes y adultos mayores. El calor incesante en el litoral central hace más pesada la labor. Se escuchan reclamos: “¡Avancen que también queremos llenar!”, “¡Apúrense!”, “¡Esto se lo llevó quien lo trajo!”.
Según el plan gubernamental sobre el servicio de agua potable, los venezolanos deben acceder al agua durante 168 horas a la semana. Desde hace un año, las comunidades de La Guaira solo tienen acceso al agua cinco horas al mes.

Años de deterioro

La venta de galones de agua se ha regularizado en los kioskos del barrio Mixtolito | Foto: Mikel Ferreira

El progresivo deterioro del servicio de agua potable ha marcado la vida de Gustavo Morales, de 56 años de edad, quien tiene toda su vida viviendo en el barrio Mixtolito, junto a su esposa e hijo. “Todo comenzó con el inicio de este gobierno. Primero recortaban el agua en el día, luego pasamos a que no era un solo día, sino hasta cinco sin el servicio. A finales del año pasado, comenzamos a pasar semanas y hasta meses sin agua”, relató.
Su hijo, Gustavo Emilio Morales, de 21 años de edad, explicó que desde que comenzaron a pasar temporadas largas sin el líquido comenzaron el calamitoso proceso de cargar los pipotes de agua en las zonas aledañas, pagar cisternas y comprar a los vendedores galones de agua: “Pues la cargamos desde el polideportivo o los manantiales; gracias al cielo tenemos carro, porque si no sería más difícil”, señaló.

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