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“Volver a la miseria en Venezuela no era un opción” 

Anggie Figuerdo relata su experiencia luego de cruzar el puente Rumichaca, en la frontera colombo ecuatoriana, un día antes de que entrara en vigencia el decreto que exige visas a migrantes venezolanos
Reporte Proiuris
Alejandro Romero

“De no haber podido entrar al Ecuador por los documentos que piden ahora, hubiese cruzado por trochas. Volver a la miseria en Venezuela no era una opción”, afirma Anggie Figueredo, que atravesó la frontera colombo ecuatoriana a pocas horas de que entrara en vigencia el decreto 826 que exige visas humanitarias a los venezolanos para acceder a Ecuador.

Describe la escena: “Había tensión, mucha frustración entre quienes no podían pasar por distintas razones. Allí había madres con niños a la intemperie, aguantando una temperatura de 3 grados”.

Anggie nunca había pensado migrar país. Sin embargo, el progresivo deterioro de su calidad de vida la empujó a buscar un mejor futuro fuera de Venezuela. “Me fui de Venezuela porque mi sueldo de servidora pública (150.000 bolívares al mes) no me alcanzaba para sostener a mi familia. Jamás había migrado a ningún lugar, fue todo muy atropellado”, señala.

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Figueredo de 38 años, se desempeñaba como Coordinadora Estadal de Formación del Ministerio de la Mujer, en San Carlos, ciudad en donde aún posee un apartamento de la Gran Misión Vivienda que está habitado por uno de sus hijos y su esposo. “Me vine a Ecuador sola. No podemos venirnos todos, porque  podemos perder el apartamento”, acota.

Anggie llegó a Ibarra, en Ecuador, el 13 de abril de 2019. Dispuesta a trabajar, vendió pasta dental, guantes y galletas en la calle los meses de abril mayo y junio.

“En principio trabajé como vendedora informal, como hacen muchos venezolanos en las calles de Ecuador. Eso lo hice hasta que la alcaldía suspendió el comercio informal. Actualmente estoy desempleada”, afirma Anggie. No obstante eso no la hizo desistir en su búsqueda de encontrar una mejor calidad de vida para ella y para sus familiares.

Anggie regresó a Venezuela el 1 de Julio con el propósito de buscar a uno de sus hijos y llevárselo con ella de vuelta. Para Anggie, estar desempleada en un país extranjero era una mejor opción que vivir “en la miseria”.

“Mi hijo tiene 20 años, era guardia nacional y solicitó baja porque no le alcanzaba su sueldo ni para comprar la crema de pulir las botas. Él también quería un mejor futuro y por eso fui a buscarlo. Era sargento segundo”.

Madre e hijo fijan su rumbo a Ecuador. Tenían los días contados justo antes de que la exigencia de visa entrara en vigencia e imposibilitara su entrada.

Anggie describe la salida de Venezuela  como “complicada”. El autobús en el que la pareja viajaba a San Antonio los dejó en el sector La Pedrera, por el colapso del cerro Chururú. Recuerda que tuvo que caminar durante ocho horas.

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Ambos entraron a Colombia después de hacer una cola de 17 horas para sellar el pasaporte, que en el caso de Anggie estaba vencido. “Mi hijo tuvo problemas porque aparecía como militar activo y le negaron el sello. Tuvimos que imprimir la resolución de baja y así fue que logró sellar su pasaporte”, señaló.

Durante su estancia en Colombia, Anggie comenta que no recibieron ayuda; ni siquiera la más mínima orientación de parte de las autoridades de ese país. Pero ella ya había realizado el trayecto, por lo que sabía cuál era la ruta  a seguir.

Una vez llegado al municipio de Ipiales, en la frontera con Ecuador,  tuvieron que hacer cuatro horas de cola para poder cruzar el puente Rumichaca. Para ese  momento ya habían transcurrido 36 horas desde su entrada a Cúcuta. Era de noche y tuvieron que dormir en la calle mientras esperaban para entrar a Ecuador.

La angustia de Anggie y su hijo era bien fundada, pues  la noche del sábado 24, día en el que llegaron a la frontera colombo ecuatoriana, restaban solo horas antes de que comenzaran empezaran a exigir visas a los venezolanos.

Estas visas tienen un costo de 50 dólares por gestión e implican una serie de trámites previos para obtener documentos como certificación de antecedentes penales y apostillados, que son de difícil acceso para la mayoría de los migrantes.

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“50 dólares es mucho dinero para alguien que recién llega al país sin ningún trabajo, y mucho más para los que están en Venezuela. Conseguir 50 dólares es una tarea titánica, yo no los tenía. Si me los hubiesen pedido hubiese cruzado por una trocha”, comenta Anggie.

Figueredo asegura que ella conoce los peligros de entrar a un país por pasos ilegales. Sin embargo, para ella “en Venezuela se corre más riesgo”.

Anggie pudo ingresar a Ecuador con la Carta Andina, mientras que su hijo pudo sellar su pasaporte venezolano, No obstante,  cuenta con pesar que no todos los venezolanos con los que compartieron esa noche en el puente corrieron con la misma suerte.

Anggie, aún desempleada, actualmente se encuentra en Ibarra, un pueblo que describe como “cálido”. Pero destaca que la xenofobia es otro escollo para los venezolanos que huyen de la emergencia humanitaria compleja en el país.

“A la hora del trato son muy amables y cariñosos, pero cuando vas a solicitar trabajo los ataca la xenofobia. En este momento, ni mi hijo ni yo trabajamos y estamos sobreviviendo con la ayuda de una amiga venezolana y con el poco dinero que me quedó del viaje”.

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Anggie no pierde la esperanza en que su situación como migrante en Ecuador mejore, y tiene pensado volver a Venezuela una vez que haya conseguido trabajo. Ella considera que la clave para poder sobrevivir como migrante es “aclimatarse y  apegarse a las costumbres”.

“En Venezuela están mi hijo y mi esposo y en estos tres meses que estaré en Ecuador ahorraré dinero para poder tener como subsistir en Venezuela un mes y volver en enero”.

Al momento de escribir esta nota, Anggie está gestionando todos los requisitos necesarios para tramitar la visa humanitaria y así poder acceder de nuevo a Ecuador en el futuro.

“Esta experiencia se traduce en dolor.  Volver a dejar a mi hijo menor y que me dijera que lo volví a dejar hizo que llorara todo el camino hasta llegar a Ibarra”.

 

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