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Rostros de la crisis | “Con 70 años y enfermo, tengo que buscar comida en la calle”

José Palacio tiene una sonda para orinar luego de que lo operaran de la vejiga hace cuatro meses en el hospital Domingo Luciani. Necesita antibióticos con urgencia, pero no los consigue. El hambre se suma a la lista de sus padecimientos

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Arturo Guillén

A las 9:30 am las personas caminan con prisa por las aceras de la avenida Francisco de Miranda, por los lados de Los Palos Grandes, pero José Antonio Palacio Sánchez, de 70 años de edad, acomoda una bolsa con trozos de pan y un pedazo de cartón para sentarse sobre él en un pequeño muro en la acera frente a un carro de perrocalenteroque yacía  solitario durante esas horas de la mañana.

Entrecierra sus ojos. En ellos parece asentarse un manto opaco y grisáceo que lo obliga a entornarlos bajo la luz del día. Tiene una incipiente catarata en cada ojo. Al ver pan a un lado de él, deja que una sonrisa se trace en el rostro  mientras que un único diente se asoma en su dentadura.

Las carencias de un país son reflejadas en el anciano como consecuencia inevitable de la indolencia estatal. Agacha la cabeza por un momento y luego levanta la mirada. Palacio, como otros que padecen la emergencia humanitaria compleja, está dispuesto a narrar su historia.

“Hace cuatro meses me operaron de la vejiga en el Domingo Luciani, en El Llanito, y no consigo los antibióticos que necesito. Y si por suerte los consigo, no puedo permitirme comprarlos. Están muy caros”, dice.

Posa una mano en un costado y se encoge de hombros, como resignado: “En el hospital me pusieron una manguerita y una bolsa para que pudiera orinar. Cuando voy me la renuevan, pero carecen de las medicinas que requiero”. La sonda de nefrostomía consiste en un catéter, una especie de tubo delgado de plástico, que se introduce en su piel hacia uno de sus riñones, con el fin de verter la orina en una bolsa a la que va conectado. Palacio afirma que el dolor forma parte de su vida diaria. La falta del antibiótico contribuye a su aflicción.

Mastica un pedazo de canilla. Por el esfuerzo al que expone a su único diente delantero, pareciera que es un pan viejo.

Continúa con el relato. “Mi mamá aún vive. Imagínese, tiene 97 años. Vive en Caucagüita, en el sector la “H”, con mi hermana menor que tiene 52. Esto está duro, que le digo, es difícil esta vida”, lamenta.

Palacio acostumbra sentarse en el mismo muro todos los días durante la mañana y la tarde. En ocasiones, las personas que lo conocen le dan comida, pero hay días que no prueba bocado.

Política: una idea alejada de la gente

Si hay un logro del que el oficialismo se ha jactado es el de la inclusión política de los marginados, de acercarles el poder de elegir a los invisibles que no figuraban en el conteo final de votos. No obstante, Palacio manifiesta otra realidad: la actual política, desde hace tiempo, se ha distanciado del ciudadano común. Es como si Palacio extendiera su mano intentando  tocar un horizonte lejano, como si al hacerlo, mágicamente, un plato de comida descendiera de las manos dadivosas del Estado y se posara en su palma abierta.

“La política no se entiende”, dice tajantemente. Mientras Jorge Arreaza, canciller de la República, vociferaba en la sesión de la OEA el lunes 4 de junio que la emergencia humanitaria que afecta al país es culpa de Estados Unidos, Palacio entendía algo distinto. “No provoca votar. Todo queda en lo mismo. Ellos (los políticos) son quienes se arreglan, el pueblo no”.

Desde hace cuatro años se encuentra en la calle intentando conseguir comida, no solo para él, sino también para su mamá y su hermana, que la cuida mientras Palacio se ausenta. “Tengo 70 años, estoy enfermo, no me dan trabajo y recurro a sentarme aquí hasta que alguien, que Dios se lo pague, me ofrece comida”. Explica y vuelve a entornar sus ojos. Ha trabajado como obrero de construcción, como agricultor… “Hacía de todo, mijo”, resume.

Los días transcurren. La situación de Palacios empeora. Caracas envuelve sonidos e historias, padecimientos y alegrías ajenas al discurso que baja de la cúpula política en Venezuela. Pesares y goces efímeros que son ignorados por un Estado fallido.

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